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Los niños y sus límites

nena-florPara una mejor comprensión del sentido y la conveniencia de aplicar límites a los hijos, primero debemos analizar el funcionamiento psíquico el cual se basa en 2 principios: el principio de placer y el principio de realidad.
Considerando una perspectiva cronológica, observamos que al nacer y durante el primer año de vida, el niño permanece bajo el dominio del principio del placer, con un marcado egocentrismo e intolerancia a la frustración, A partir del primer año de vida, empieza a reinar el principio de la realidad, que como su nombre lo indica, representa la incorporación de normas propias de la cultura y se empiezan a observar conductas más socializadas. Aquí observamos el rol fundamental que cumple el Jardín Maternal, donde los padres han depositado la confianza para el cuidado de sus hijos, ya que acompaña a la familia en la adquisición de los hábitos de alimentación, higiene, ritmos de sueño, costumbres y control de esfínteres, como así también les otorga la posibilidad de compartir, respetar, esperar, y aprender.
Decimos entonces que la tarea de introducir límites se inicia muy tempranamente, y perdurará a lo largo de toda la educación de los niños.

Se considera que tanto la familia como el Jardín son los agentes socializadores que en forma simultánea intervienen en el proceso de constitución del sujeto humano y a través de ellos se concreta la inserción del niño en la sociedad. El modelo de realidad y de límites que transmite la cultura a través de los padres y el Jardín Maternal, le ofrece al niño un encuadre en un mundo organizado, con pautas normativas de vida que dan seguridad. El niño empieza a entender y a confiar en esa organización que a cambio de postergar sus placeres o deseos, le entrega una mayor seguridad de integración social.
Gráficamente podemos ejemplificar a los límites como un dique que contiene el ímpetu de un río correntoso y logra transformar su fuerza en energía útil.

Los límites deben surgir del acuerdo en común de padres y docentes, debiendo ser claros, coherentes, firmes y guardar continuidad. Esto se logra si hay convicción y confianza en quienes los aplican.

Podemos pedir a un niño que respete un límite, lo que no podemos pedirle es que lo entienda, ni que lo acepte racionalmente. Toda puesta de límites debe realizarse en el momento mismo en que ocurre la falta, aunque sin gritos ni castigos: no es bueno responder a una agresión con otra agresión.

Así como el niño descubre el placer de una caricia, el registro de una voz, la dulzura de una mirada, deberá encontrarse en su camino con el “no”, con aquello que marque la diferencia entre el orden y la armonía o el desorden y la transgresión.

Poner límites, transmitir reglas, es un acto de amor que debemos donar a nuestros hijos para favorecer su crecimiento y su inserción en la sociedad.

Ana Lía Caballero y Valeria Villafranca
Profesoras de Nivel inicial
Jardín Peter Rabbit
Publicado en: Mimos para el alma
Etiquetas:
abracadabra, revista

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