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El bello oficio de ser mamá

«Te va a cambiar la vida” dije yo, manteniendo un tono neutral.

“Ya sé” dijo ella, “no más dormir el fin de semana, no más vacaciones espontáneas”, pero no era a eso a lo que yo me refería.

Miré a mi hija, tratando de decidir qué decirle. Quería contarle que las heridas físicas de tener un bebé sanarían, pero convertirse en madre la dejarían para siempre vulnerable.

Miré sus manos con manicure y su perfecto traje de dos piezas y pensé que sin importar cuan sofisticada es ella, convertirse en madre la llevaría  sólo a desear proteger a su niño. Que frente al llamado de “¡mamá!” tiraría su fuente de cristal más fino sin siquiera dudarlo.

Me gustaría advertirle que sin importar cuantos años haya invertido en su carrera, la maternidad los echará por la borda.

Podrá contratar una niñera, sin embargo, cuando esté en una reunión, únicamente pensará en el dulce olor de su bebé y deberá endurecer su corazón para no volver corriendo a casa, sólo para asegurarse de que estaba bien.

Querría decirle a mi hija que las decisiones comunes de cada día ya no serán rutina y que la determinación de un niño de 5 años de ir al baño de varones en un pelotero, en vez de al de mujeres, será un problema gigante.

Mirando a mi atractiva hija, le quería asegurar que eventualmente perderá los kilitos de más del embarazo, pero nunca más se sentirá igual consigo misma. Que su vida, ahora tan importante, pasará a segundo plano. Que sin duda daría su vida en un instante por salvar a su bebé, pero que también comenzará a pedir por más años de vida, no para cumplir sus sueños, sino para ver los de sus hijos cumplidos.

Querría decirle que la relación con su marido cambiará, pero no de la manera que ella piensa, porque muy pronto entenderá, cuánto más se ama a un hombre que pone talco y pañales, dándose siempre un tiempo para jugar con su hijo.

La mirada interrogante de mi hija me hizo notar lágrimas en mis ojos. “Nunca te arrepentirás”, dije finalmente. Me acerqué a ella, apreté sus manos, acaricié su rostro y besé sus mejillas… mi pequeña había recibido el más maravilloso de los llamados… Debo confesar, amigos lectores, que cuando la gente de Abracadabra me propuso dedicar un artículo a las mamás en su mes, alegremente acepté sin siquiera sospechar en el mar de emociones que estaba a punto de embarcarme. Desempolvé libros, investigué en Internet, revisé algunas actualizaciones de medicina, acudí a las historias clínicas de mi consultorio… pero en ningún lugar parecía encontrar un “modo de empezar”.

Mamá, familia, papá, embarazo, puerperio, cambios físicos, miedos, madres solteras, embarazo deseado, embarazo no-deseado, vínculo madre-hijo, cesárea, etc… sin bien eran visiones “científicas acerca del ser madre”, terminaban siendo “vacías” y allí estaba yo otra vez…con mi artículo en cero (0).

Varios días mi “cabeza estuvo congestionada”: tenía que enviar mi escrito y no sabía por donde empezar. Hasta llegué a preguntarle a mis colegas, vecinas, amigas, qué pensaban. El resultado fue desalentador. Nadie parecía saber muy bien de qué se trataba todo esto.

Mi frustración aumentaba acorde se aproximaba el tiempo de entrega, la familia notaba mi preocupación, mi gente cercana me preguntaba por los avances. Estaba a punto de darme por vencida, cuando “milagrosamente” mi mamá con su dulce voz me susurra: “Hija, sólo recuerda cómo tu jugabas a las muñecas”.

De pronto todo se hizo más claro. Dejé a un lado las teorías, los autores y los axiomas. Emprendí un cálido viaje hacia mi niñez, hacia la historia de “mis raíces”, hacia la lucha que mi mamá libró para que yo pudiera existir.

Recordé que su primer regalo fue una Biblia y un muñeco al cual bauticé Cuquilín . Tal cual lo hizo su mamá, la mía, había depositado en mis manos los valores del alma, enseñándole a mis pequeños brazos a transformarse en cuna. Sin saberlo, “me heredó jugando” el deseo de ser MAMÁ.

Pude así comprender, cómo es que el mundo de una mujer-mamá brilla con distintas intensidades, pues mi mamá, como todas las mamás del mundo, tiene esa “rara capacidad” de “leer más allá de las palabras”, tornándose en infinito, el don llamado paciencia.

Mi mamá, como todas las mamás del mundo, puede hacer mil cosas al mismo tiempo: cocinar, limpiar, llamar a su hermana, escucharme repasar un examen, estar atenta a la hora que llega mi papá y hasta detener el mundo cuando, producto de mi “correr por esta vida”, el termómetro acusa algunas líneas de fiebre.

Mi mamá, como todas las mamás del mundo, ríe con mis alegrías, llora mis tristezas, entreteje mis sueños, desvela sus noches y es vigía férrea de cada uno de mis pasos.

Mi mamá, como cada mamá de este mundo, es la mejor mamá que la vida pudo obsequiarme y hoy frente a mi propia maternidad sólo puedo decir GRACIAS MAMÁ.

Dedicado a Ana Baeza y Mima.

 

 

 

Ana Alejandrina Villegas

Magister en Psicoanálisis. Mat. 1178

Publicado en: Mimos para el alma
Etiquetas:
abracadabra, revista

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