Gracias a esta mediación, desde la comodidad del sofá o la cama, podrá trasladarse a mundos lejanos, mundos que sólo la palabra puede evocar con tanta exactitud.
Cuando una mamá o papá cree en la historia que cuenta, la disfruta y saborea como si fuera un niño. Entonces, naturalmente estará haciendo una lectura “animada”: una lectura “con alma”.
Ponerle “ánima” a lo que leemos implica hacer nacer desde nuestro corazón un cuento único. Las palabras del libro cobran vida. Nosotros les damos vida.
Los personajes del cuento saltarán de las hojas. La voz del abuelo sapo será chillona, o grave pero con acento italiano, o suave pero melancólica, según nuestra propia imagen de abuelo nos permita reconstruir ese personaje.
En nuestra lectura animada las puertas y ventanas crujirán al abrirse, los golpes se oirán como estrepitosas caídas o como plumas que chocan con el algodón y hasta habrá silencios que dicen tanto como mil palabras.
Los momentos de suspenso se instalarán en nuestra mirada como los ojos de un detective que mira a través de su lupa.
Si el cielo de ese cuento es azul, habrá que mirarlo detenidamente, con los ojos bien abiertos y si un gusano paseaba entre las piedras, seguiremos a ese gusano con nuestra mirada, tan cerca como nos sea posible.
Las pausas serán momentos únicos para encontrarnos con la mirada de nuestro lector y asegurarnos que nos acompaña en el recorrido fantástico. Seguramente llegará el momento en el que quiera acompañarnos a contar.
Cada palabra evoca una imagen, cada palabra cumple una misión y quedará grabada a fuego en la memoria de nuestro lector.
Cuando la lectura animada de un cuento llega a su fin, se desvanece el mundo inventado como se desinfla la carpa de un circo. Y por supuesto escucharemos el aplauso bajo la forma de: “contámelo otra vez”.
Prof. de Lengua y Literatura Inglesa
Especialista en Literatura Infantil.